Sevilla FC 2 - 0 Real Madrid

El Madrid salda sus últimos partidos en el Pizjuán con seis derrotas y un empate. Schuster concluye sus últimas cinco visitas con otros tantos fracasos y ningún gol. No es casualidad, ni mala racha, ni mala sombra. Es que el Sevilla ruge y luego ataca. Por eso ganó anoche. Porque el Sevilla ha vuelto y porque su estadio es una trampa para osos.No es una deshonra perder contra un equipo así, ni debería afectar al ánimo. El Sevilla es de los pocos equipos del mundo que puede destrozarte sin que cometas errores o sin que salgas del búnker o sin que dejes de disparar. Cometió errores el Madrid, pero no los suficientes, no tantos como para castigarse. El Sevilla lo hace por ti. Y el Pizjuán lo hace por él.El inicio fue mucho mejor que el final. La primera mitad fue una explosión. En los primeros minutos, Sevilla y Real Madrid se atacaron con saña, como si se tratara de dos clanes en guerra. En cada contacto se deslizaba un puñal y cuando un jugador rodaba por el suelo, herido o no, un enemigo caía encima llamando a la melé, al enfrentamiento, pecho con pecho y las narices tan cerca que o te besas o te matas.
No hablo de violencia, no todavía. Era más bien un combate en busca del macho alfa, ese que lidera la manada y que no descarta a los otros aspirantes, los aniquila. Se entiende que en esa pelea primitiva no bastara con las piernas: importaban los brazos, los codos, la cabeza, los gestos, la saliva y el corazón.
Lo que hacía más fabulosa esa disposición guerrera es que los dos equipos eran igual de valientes y de bravos. Y eso no suele ocurrir, es raro. Generalmente, alguien se cubre. Aquí no. El Sevilla deseaba vencer por asfixia y el Madrid quería ganar por espada.
De la misma manera que se desplegó en Mestalla, el equipo de Schuster presionó al adversario casi en la frontal de su área grande, que es tanto como decir que le perseguía por el salón de su propia casa. Hay que ser valiente para imaginar una invasión tan íntima y hay que serlo mucho más para pretenderla en el Pizjuán. Ese estadio, que comparte arquitecto con el Bernabéu y Las Ventas (Muñoz Monasterio), es la fragua de Vulcano. Y anoche, además, el lema propuesto por el club era conseguir que el público marcara el primer gol. Con esa excusa se declaró Día de la Afición. Como si hicieran falta estímulos.
Aunque a los tres minutos Casillas salvó un remate a quemarropa de Luis Fabiano, el primer cuarto de hora lo ganó el Madrid a los puntos. Sobrevivió, quiero decir. Resistió la embestida y dominó a ratos la pelota, que en estos caso es la princesa a rescatar. Guti ejercía de quarterback y sus compañeros contenían a los gigantes para darle tiempo a pensar. En esos momentos, el Sevilla pareció algo confuso, como burlado.
Ocasiones. A los 15 minutos Robinho, que antes había probado a Palop con un tiro flojo, se internó por la banda y sólo el pie de Dragutinovic impidió el cabezazo de Van Nistelrooy. Fue la otra aproximación más clara del Madrid. Luego llegó el gol del Sevilla. Y lo cierto es que el partido sólo admitía un gol así, un trueno. Keita vio venir un balón sin dueño y lo esperó un par de segundos que parecieron dos horas. Cuando lo tuvo en su sitio disparó el cañón de su zurda. El balón salió como impulsado por la coz de un caballo (un purasangre) y Casillas no pudo hacer más que mejorar la foto.
Keita comparte con Diarra el origen (Bamako) y la formación: ambos acudieron a la academia de Salif Keita (ex valencianista y Balón de Oro 1970). La diferencia estriba en que Keita es un centrocampista completísimo que costó cuatro millones de euros y Diarra un mediocampista destructor por el que se pagaron 26 millones.
El gol elevó al Sevilla y recolocó el partido en su trinchera, en ese centro del campo donde su agresividad se convierte en un alambre de pinchos; imposible cruzar sin rasgarse. Hay en esa actitud una determinación que exprime todas las virtudes de un equipo que es ejemplo del beneficio del mestizaje.
El Sevilla es africano, andaluz, artista y soldado. Dos minutos después del primer latigazo, sobrevino el segundo. Alves asistió con el sentido de un estratega y Cannavaro fue incapaz de plantear oposición alguna al desmarque de Kanouté. El brujo de la tribu controló el pase con una dulzura exquisita y remató con elegancia, porque lo suyo no son las balas, sino el arsénico.
Casillas hizo el milagro de repeler aquel balón envenenado, pero no pudo con el rechace. Luis Fabiano surgió como un tren para empujar la pelota y Metzelder tardó un año en aparecer por la escena del crimen. Ay, los centrales, qué pena. TNT. El castigo era exagerado, pero el Sevilla es así, excesivo. Tiene dinamita, una pegada extraordinaria que después de ayer deja a la pareja Kanouté-Luis Fabiano (23 goles) a sólo dos tantos de los delanteros Klose y Toni, la mejor pareja de Europa.
A los 25 minutos, Navas reclamó penalti por entrada de Diarra, aunque fue más una torpeza del madridista, un descontrol corporal, que una falta. A los 35 el joven Fazio (algo lento) se retiró por lesión. Poco después, Diarra volvió a ser culpable de no hacerse con los mandos de su frondosa humanidad. Esta vez se le escapó un codo hacia un pómulo de Crespo, que es un lateral zurdo excelente que recuerda mucho a Puerta. El chico tuvo que retirarse herido y acabó en el hospital. No paraban de suceder cosas y el Sevilla las acaparaba todas.
Es muy lógico que el Madrid se derrumbara. Ni siquiera el descanso le sirvió para tomar aliento, o para darse ánimos. Dos goles abajo en el Pizjuán pesan como dos lápidas. Aunque no siempre. No sé por qué lo recuerdo, pero hace 25 años, en este mismo estadio, Alemania remontó dos goles en la prórroga contra Francia, en uno de los partidos más dramáticos que se recuerdan. Claro que entonces no era el Día de la Afición, del sevillismo.
Las pocas ilusiones que le quedaban al Madrid se desvanecieron cuando Sergio Ramos fue expulsado. Perderle a él no es perder a un hombre, sino a una raza entera. Mientras Ramos está en el campo, el Madrid puede marcar de córner, de arrebato o de talento. Por lo demás, la expulsión fue desmedida e innecesaria, porque no hubo ni golpe ni intención.
El Sevilla entendió entonces que ya no le hacía falta tanto. Le bastaba con jugar con el rival, esperando el golpe definitivo, como Federer. No se rindió el Madrid, que en apenas una semana ha vivido la sensación del poder propio, en Mestalla, y del poder ajeno, en Sevilla.
Luis Fabiano tuvo otro gol en sus botas, pero mandó el balón al centro comercial. Poco más tarde, Raúl reclamó penalti después de una pelea con Dragutinovic. El árbitro le amonestó por fingir, aunque ni Raúl suele hacerlo ni Dragutinovic es defensa que se trabaje la presunción de inocencia. Hubo falta al inicio de la jugada, pero no queda claro si continuó después.
Sería malo que el Madrid se agarrara a esa probabilidad improbable o esa expulsión injusta. Fue superado sin discusión, con dos puñetazos que le alcanzaron de pronto, sin haber hecho nada mal hasta entonces, sus centrales aparte. Es posible que el equipo que deslumbró ante el Valencia tenga mandíbula de cristal. O tal vez lo que pasa es que el Sevilla no te pega: te cuece en su estadio y después te devora. http://www.as.com/

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